e fia con l’opre eterno anche il mio amore.

M. BUONARROTTI (Son. xxxix).



ODA



De Paros en la pródiga cantera

arranca Fidias un informe bloque,

y, del cincel al choque,

va, con mano certera,

labrando blanca estatua portentosa,

en el cielo del arte estrella hermosa.



Cuando la Parca aviesa,

que en romper lo vivaz encuentra goce,

torna al artista en fúnebre pavesa,

viendo el prodigio, cesa

un momento en su bárbara porfía:

a las claras conoce

que aquel mármol su filo mellaría,

y, merced a su obra, eterna vida

el escultor recobra.



Cual de náufrago el cuerpo mutilado

que el mar depone en la arenosa playa

a saber quién fue el mísero conduce,

restos que el mar de Grecia ha vomitado,

aún hoy modelos de la ciencia gaya,

que su armónica forma reproduce,

nos revelan de Safo la existencia,

y de su amor la cálida vehemencia.



Homero vagabundo,

en la mente la luz de su mirada,

llena con su lijada

y Odisea los ámbitos del mundo;

inhumado el cantor, el orbe entero

al palpitar va repitiendo Homero.



Rivales Miguel Ángel y Bramante,

a quienes nada arredra

juntos alzan en Roma la triunfante

un poema de piedra;

y bajo de sus cúpulas y arcadas

hoy vagan sus dos sombras veneradas.



Pone Murillo entre su cielo y tierra

la atmósfera indecisa, la belleza divisa

que el alto empíreo encierra,

y, mojando en el iris los pinceles,

renombre alcanza dé moderno Apeles;

al acabar de su fecunda vida,

cual parte de su ser sus obras deja,

ni toda su materia es desprendida,

ni del todo su espíritu se aleja.



Del Quijote las varias ediciones

antiguas y modernas,

formaran a la estatua de Cervantes

pedestal de titáneas dimensiones;

de Egipto las pirámides gigantes

más altas podrán ser, no más eternas.



Haydn, Mozart, Beethoven,

vuestras célicas notas peregrinas

no temáis que los tiempos nunca os roben;

por ellas viviréis perennemente,

que cual raudas aladas golondrinas

vuelan de mente en mente

y hacen vuestro recuerdo siempre joven.



Prerrogativa inmensa del más fuerte

el Ingenio hace escarnio de la Muerte;

cual los héroes antiguos, su figura

va creciendo en la negra sepultura;

su aliento soberano

al través de los siglos se percibe;

del ágil tiempo la invisible mano

borrar cuanto produjo intenta en vano,

en fácil copia nuevo ser recibe

y el autor a sus obras sobrevive.



Si una flor ha aromado la existencia

de escultores, poetas y pintores,

con mágica influencia,

al descender a la mortuoria tumba,

le comunican su inmortal esencia;

en mármoles, en letras y en colores

le transfieren la vida de ultratumba.



Pues su belleza reflejó divina,

vivirá con Rafael la Fornarina.

De Friné la hetaira, Praxiteles

dice a los siglos la belleza suma,

con clásicos cinceles,

en su Venus saliendo de la espuma;

no es poderosa la terrible Parca

para anular el mágico amuleto:

Beatriz y Laura, de su amor objeto,

durarán cuanto el Dante y el Petrarca.



Mas ¡cuán otra la suerte del dramático artista!

Las pasiones más sórdidas traduce,

en estatua animada se convierte,

los héroes de la historia reproduce,

y, cuando el lauro popular conquista,

le torna polvo inerte

el ponzoñoso aliento de la Muerte.

¡Qué de Roscio nos queda

que a Plauto y a Terencio dio la gloria!

¡Qué sabio habrá que pueda,

por ímprobos que sean sus afanes,

revelarnos su voz, sus ademanes!

Sólo se hace memoria

de su pródiga mano y sus riquezas;

sólo mienta la historia

sus caras gastronómicas rarezas;

si Cicerón en su favor no hablara

quizá de su existencia se dudara.

¡Qué se sabe de Kean, el saltabanco,

en el papel de Shylock, tan famoso!

¡qué de Talma glorioso

que el grande Napoleón colmó de honores!

Vivieron ¡ay! la vida de las flores:

abrirse, dar recreo a los sentidos,

perfumar el ambiente,

y morir tristemente,

hoy olvidados cuanto ayer queridos;

sólo en Shakespeare se admira

el vario son de su humanada lira;

del español actor Lope de Rueda

huyó el decir, sólo la farsa queda.

¡Quién que aplauda la pléyade brillante

que Italia cariñosa nos envía,

se acuerda ni siquiera breve instante

de Módena, el insigne comediante

que lególes su sabia maestría!

Máiquez, Guzmán, Latorre,

ídolos de la hispana muchedumbre,

todos caísteis cual soberbia torre

que se rinde a su propia pesadumbre.

Cayó como la piedra en la laguna

también el gran Romea,

que del arte moderno fue la cuna;

hoy aun guardamos indecisa idea,

las edades futuras

se perderán en vagas conjeturas;

y van con lento paso caminando al ocaso

con Valero, Matilde y la Teodora,

cuya luz no extinguida,

mas vacilante ya, la patria llora,

pues comprende angustiada

que en la tragicomedia de la vida

ya representan la postrer jornada.

¡Qué resta, pues, del más egregio artista,

la muerte al ocultarlo a nuestra vista!

un epitafio en polvorienta losa

que nos dice, a lo más, «aquí reposa».



Pensad por un momento, qué amargura,

si, por ley de natura

o por humana ley siempre acatada,

al morir la criatura

arrastrara sus obras a la oscura

mansión inescrutable de la nada;

y los cuadros de Vinci, de Ticiano,

de Coello, Velázquez, Juan de Juanes;

los trazos que formó la experta mano

de los Van-Dyks, Riberas, Zurbaranes;

la Eneida, la Iliada, de Klópstock la Mesiada,

los poemas de Osián, de Palestrina

los seráficos sones, la Capilla Sixtina,

las árabes labradas construcciones,

de San Pedro la cúpula gigante,

y la Venus de Milo,

y el templo de Karnak cercano al Nilo,

y el Escorial macizo y arrogante,

con de quien los creó yertos despojos

ocultado se habrían a los ojos.



Aciaga desventura al actor acaece,

todo con él fenece,

breve pasto de hambrienta sepultura;

muere el artista al acabar el hombre

y apenas queda rastro de su nombre.



Hoy que la Ciencia lo pasado exhuma,

que los arcanos de la mar revuelve,

que segura resuelve

los más arduos problemas con la pluma,

que fija el rayo, y con audacia suma

rasga los velos en que el sol se envuelve,

¿ha de sufrir la vergonzosa mengua

de ver que ante sus ojos lo presente

se desvanece como sombra yana?

¿juzgarase impotente

para lograr que el hoy tenga un mañana?



¡Quién sabe! Ya el fotógrafo

fija las estatuarias actitudes

del dramático artista;

presto quizá el fonógrafo,

que a balbucir empieza,

recoja los acentos

de sus dulces y airados sentimientos;

quizá no tarde la incansable Ciencia

con invento asombroso

en prolongar su efímera existencia,

y aquel que de Melpómene o Talía

al culto se -consagra generoso,

si con fulgor de prepotente genio

iluminó el proscenio,

vencerá de la Muerte la porfía;

huésped eterno de futura gente,

con rasgos propios trazará su historia

y la corona ceñirá esplendente,

de inmarcesible gloria,

hoy sólo de pasada, por su frente.