Aquí los barcos entran lentos,
cuidando no escorar; son contemplados
por el ávido puerto.
La niebla inunda el apacible canal.
Y otros barcos de Holanda, de Suecia,
de Noruega, también entraron
lentos al puerto de Hamburgo
hace cuarenta días.

Para estos barcos vive el puerto,
para esos cruces convenidos
y ágiles.
Y tú esperas, muchacha de Hamburgo,
ajena a la ciudad,
pero golpeada y viva como cualquiera
de sus cosas.
Cuando llegue otro barco
y desciendan los hombres a las calles
de invierno,
te echarás sobre alguno;
harás un lánguido ejercicio
frente a sus ojos nórdicos
(esa noche cenarás como nunca).
Y desnuda en un cuarto de Saint Pauli
serás toda la furia,
toda la fuerza de la vida
empeñada en lograr
la rápida alegría de un extraño.