Han caído las torres, y el desierto
es ahora tan grande como el alma:
esas torres que alcé y ese desierto
que quise mantener lejos del alma.
Los enemigos que inventé murieron
y si hay otros no quiero imaginarlos:
así que no vendrán los enemigos.
Y los amigos no vendrán tampoco,
igual que yo no iré a ninguna parte:
han quedado atrapados en sus reinos,
perplejos como yo, sin esperanza,
y miran las desmoronadas torres
que fueron su pasión y su defensa,
y el desierto es el dueño de sus almas.