que metió en mi cabeza enamorada
la oscura idea metafísica
de que una mujer puede volar.
No es cierto señor, no lo crea,
las mujeres no vuelan
sino dígamelo a mí
aprendiz de poeta, dramatugro,
que llevé a esa fémina magra
a la cumbre de los Pirineos,
a la Torre de Londres,
a los fierros parisinos,
y le pedí que lo hiciera,
por ahora no decía, no.
Entonces intenté más alto
la llevé a las nubes,
a Dios, a las estrellas,
y le dije volá, volá conmigo ya,
para nada.
Pero insistí Oliverio,
y quise hacer el amor volando,
y la subí a mi corazón superesport,
y a mis ojos de murciélago lívido,
y a mi alma de ángel temible,
pero nada, nada de nada.
Las mujeres son todas terrestres, pedestres, sangrantes.
Ahora cuando llueve, y me faltan,
salgo a buscarlas a la altura del cuello, con espaldas,
y antes de cualquier beso,
les susurro al oído,
-¿sos vos...sos vos...?-