Hace días, muchos días
que te busco y no te encuentro, que te llamo y no respondes,
que te invoco y no apareces, que te ocultas, que te escondes.
Que se han ido, que se han muerto mis mejores alegrías.

Por no verme ya no quieres asomarte a la ventana,
donde siempre por las noches como un astro aparecías;
donde ayer hablando a solas del presente y del mañana.
¡Seré tuya! ---Me decías.
¡Seré tuya! ---Me jurabas con tus manos en las mías.

¿De qué viene tu desvío? ¿Qué motiva tus enojos?
¿Te ofendí sin yo quererlo? ¿Te agravié sin yo pensarlo?
Si tal hice, por mi daño, tu deber es declararlo,
¡mi deber, caer de hinojos!

Nuestra historia, es una historia de infinitas desventuras;
hay en ella, amada mía
por cada hora de alegría
muchos años de tristeza, muchos siglos de amargura.

Nuestra historia, es una historia
que deleita y martiriza mi memoria. . .
Iba un día caminando, por el mundo, a la ventura,
caminando, caminando como réprobo errabundo. . .
Iba absorto como el Dante al cruzar la selva oscura.

Sobre mi llevaba el peso de un dolor grande y profundo
¡me arrastraba. . .! No podía con mi propia pesadumbre!
De repente, una mañana, te cruzaste en mi camino
y yo al verte me detuve con la faz descolorida. . .
¡Cuán hermosa! Creí que eras un arcángel peregrino
que venía a conducirme a la Tierra Prometida
y a tus pies caí de hinojos con el alma conmovida
y a tus pies caí de hinojos y bendije mi destino.

Muchas horas, muchos días, muchos años, muchos años
paladeando sinsabores,
soportando desengaños,
te seguí por todas partes mendigando tus amores.
En aquellos largos días
de esperanzas y agonías
lloré tanto. . . lloré tanto
que están secos desde entonces, los raudales de mi llanto.

Mi constancia venció al cabo, pudo más que tu desvío,
una noche me escuchaste, te conté toda mi historia
y al decirte que era tuyo, sólo tuyo mi albedrío
que tu amor era mi vida, que tu amor era mi gloria,
que por ti capaz sería
de los hechos más grandiosos, de las cosas más extrañas
advertí con alegría
que una lágrima lucía
como gota de rocío en la flor de tus pestañas. . .

Luego hablaste y me dijiste muchas cosas, muchas cosas,
delicadas, fugitivas, cadenciosas,
y tus frases revolaban vaporosas
de tu boca que semeja el clavel recién nacido
hasta mi alma que es tu nido,
cual bandadas de invisibles, de impalpables mariposas.
De improviso, en el silencio de la noche soberana
resonó cual grito avieso,
el clamor de una campana. . .
¡La hora triste! –murmuraste-- ¡La hora triste! Hasta mañana
Se juntaron enseguida nuestras almas en un beso,
te escapaste de mis brazos y cerraste la ventana. . .

No te he visto desde entonces…! Se diría que te has muerto;
tu postigo está cerrado, tu balcón está desierto. . .
¿En qué celda misteriosa, para mi desconocida,
sin saber porqué has querido
sepultarte en plena vida?
Se diría que te has muerto, que te has ido, que te has ido
a vivir en las tinieblas insondables del olvido. . .

Yo te llamo noche y día
yo te llamo y yo quería
verte al lado mío, como ayer solía verte;
estrecharte entre mis brazos y exclamar con alegría
¡Mía! ¡Mía! ¡Solo Mía!
Mía ahora, mía siempre, hasta el fin, hasta la muerte.
Pero no! Todo deleite llega al fin a ser hastío;
toda dicha degenera en cansancio y sinsabores
y yo ansío;
por tu bien y por el mío,
que no tengan en el mundo este fin nuestros amores!

En tu duelo que es mi duelo,
para ti tengo un consuelo,
yo conozco la manera
de lograr que este cariño, sea eterno, nunca muera. . .
Un enorme sacrificio por desgracia es necesario.
¡No te aflijas! ¡No desmayes! No te muestres abatida.
¿No lo sabes? En la vida
todos sufren, todos lloran, todos tienen su calvario.

Es forzoso separarnos. . . ¿Palideces!
Calma niña tu congoja.
El licor de la ventura
pierde toda su dulzura
si se bebe hasta las heces!
¡Es forzoso separarnos. . . ¡ ¿Has pensado tú lo mismo?
¿Es por eso que te ocultas? ¿Es por eso qué te escondes?
¿Es por eso qué a mis gritos de dolor ya no respondes?
Si así piensas, te perdono mi dolor y tu egoísmo. . .
¡Qué tristeza amada mía!
Nuestra dicha fue en el mundo, fuego fatuo, sombra vana;
cual la rosa del poeta, ni siquiera vivió un día,
duró apenas, lo que dura el fulgor de una mañana.

¡Adiós! Vamos por el mundo, firme el pie, la frente seguida
cada cual por su camino,
cada cual a su destino,
sin la idea de encontrarnos otra vez en esta vida.
¿En qué brazos ángel mío, te echará por fin la suerte?
¿El amor hará que un día, sientas nuevos embelesos?
¿Te querrá alguien en el mundo como yo llegué a quererte?
¿Para quién serán tus labios? ¿Para quién serán tus besos?
¡Adiós! Nada en recompensa de mi enorme amor te pido
solo quiero que estés cierta,
de que nunca! ¿lo oyes? ¡Nunca! Estés viva o estés muerta
te echaré de mi memoria el sepulcro del olvido. . .

No te culpo de mis penas.
No eres tú quien ha tronchado mi ventura. ¡Fue la suerte!...
Fue la suerte que me asedia,
que me tiene declarado duelo a muerte.
Oye amada. . . ¡más que encono por su insólito abandono;
por tu ausencia repentina, por tu hermética clausura,
en mi espíritu despiertas sentimientos de ternura. . .
Y es que sé, y es que comprendo,
que lo mismo que yo sufro;
tú en la ausencia estás sufriendo. . .
Y es que sé, que en el silencio de tu ignota celda oscura
tu suplicio es:¡más enorme! tu dolor es: ¡más horrendo!

Hasta el modo delicado
de apartarse de mi lado
me demuestra tu cariño fervoroso y abnegado.
No quisiste que sufriera
las angustias dolorosas de una eterna despedida
y una noche, por las sombras misteriosas protegida,
te marchaste para siempre sin decirme ¡adiós! –siquiera.
Con los ojos muy cerrados para no verme a la salida
como madre cariñosa que a la luz de la alborada
sale andando de puntillas, sin hacer el menor ruido
de la alcoba inmaculada
donde su ángel blanco y rubio en su cuna está dormido. . .
Tú!. . . esa noche tenebrosa
preparaste silenciosa tu partida;
y mordiendo tu pañuelo para no exhalar un grito,
te marchaste despacito, despacito, despacito. . .
¡Ya sé que no he de verte nunca más en esta vida!