En las encrucijadas de Basora el viajero se adiestra
en el hábito cruel de la renuncia, en curvas
de laberinto o álgebra cifrada de los días.
Vivir es desistir, es ir dejando
en cada paso un fardo incierto de penumbras
o luces que el futuro irá desmoronando
por turbios albañales sin cielo ni horizonte.
¿Qué importa no acertar si la memoria,
como un gusano frío,
teje los hilos frágiles de seda del olvido?