Sedienta de tus vértigos a gritos,
del remolino mutuo que se bebe
juntos la sed, el agua, la marea
de la ebriedad...
Dos cuerpos enlazados
bebiéndose la vida a borbotones,
saciando el agua, abriendo la frontera
donde pueda la sed seguir viviendo.

Más allá de la luz, yo te deseo
cada vez más desnudo, más tú mismo.
Despojado de antiguos atavíos,
de cadenas pesadas como nombres,
de grilletes de epítetos terribles,
de absurdos conformismos, de secretas
pasiones que sepultan su recuerdo,
que se cambian de nombre o que disfrazan
su rostro bajo símbolos oscuros.

Así quiero mirarte, que me veas:
Desnudo de verdad, de veras mío.
Aunque sea un minuto, un día sólo,
un instante sin tiempo ni distancias,
cuando pueda alcanzar al fin tu boca
y alzarme a la estatura de tu beso.

Entonces no podrá la muerte entera
vulnerar con su baba y su gusano
la pura luz de este milagro intacto.

Y voy a verte, entonces, como ahora,
inédita belleza, labio puro,
desafiando al destino desdichado
con la fe en la ternura inquebrantable.

Por ti comprendo ahora mi existencia.
Tiene sentido haber buscado en vano
por años, trenes, pájaros, distancias
el relámpago oscuro del deseo
brillando en tus pupilas como un astro.

Cada recodo halló su rostro vivo
para cobrar sentido entre tus manos:

Suave concavidad, copa inefable
que llenas con tu vino y que rebosa
cuando me das la plenitud.
Dormida
torre de sangre alzada en mi homenaje
y que en su suave miel se desparrama
endulzando los labios que la besan.

Subterránea raíz de los relámpagos.
Tu labor inefable no descansa.
Déjame que te beba con los ojos
cuando manos y boca no me alcancen
para abarcar tu cielo y tu hermosura.

Pero no seas nunca más esquivo,
ni entregues a mi boca vino amargo,
ni sea tu pan hecho de ausencia y hambre.