jita mía
de Olinalá,
palo-rosa,
jacarandá. Cuando la abro
de golpe da
su olor de reina
de Sabá. ¡Ay, bocanada
tropical:
clavo, caoba
y el copal! La pongo aquí,
la dejo allá;
por corredores
viene y va. Hierve de grecas
como un país:
nopal, venado,
codorniz, los volcanes
de gran cerviz
y el indio aéreo
como el maíz. Así la pintan,
así, así,
dedos de indio
o colibrí; y así la hace
de cabal
mano azteca,
mano quetzal. II Cuando la noche
va a llegar,
porque me guarde
de su mal, me la pongo
de cabezal
donde otros ponen
su metal. Lindos sueños
que hace soñar;
hace reír,
hace llorar: Mano a mano
se pasa el mar,
sierras mellizas
campos de arar. Se ve al Anáhuac
rebrillar,
la bestia-Ajusco
que va a saltar, y por el rumbo
que lleva al mar,
a Quetzalcoalt
se va a alcanzar. Ella es mi hálito,
yo, su andar;
ella, saber;
yo, desvariar. Y paramos
como el maná
donde el camino
se sobra ya, donde nos grita
un ¡halalá!
el mujerío
de Olinalá.