La voz oscura prende soledades,
aísla el sueño,
perturba a los insomnes.

La lluvia, la palabra de la noche,
también roza el día con su aliento
de fuerza estremecida por las nubes
que lavan el círculo polar
con las ablaciones de la nieve.

El agua, perdida, se confunde,
se alía con la niebla derrotada,
goza del estertor de los rosales
que no pueden soportar
el firme aullido de las sombras.

El agua se inmiscuye entre los setos
para averiguar la blasfemia de sus gotas,
y el rictus amargo de una espera
que pide ser oída en la catarsis
de esa misma agua derramada.

La noche dice, canta sus pesares,
alivia su dolor, su desconsuelo
con frascos de alquitrán, fosas comunes,
donde reposa la osamenta de un pasado
preso en los avatares del murmullo.

La noche se desprende de su piel,
minada por el paso de la lluvia
que desciende a la losa de la tierra.