Esa pesada carga del deseo

purifica la razón del violinista.

Ella sabe que el virtual descubrimiento

pasa por sus ojos

allí donde los monstruos más sagrados

atormentan el caldo del cartero.

Imperfecta y deleznable

su piel amarga restituye

al visionario de Manhattan.

Por ella, el Mar Mediterráneo ahogó la voz

del depravado, en una tarde de abril

en Buenos Aires.

Esa pesada carga del deseo

transpone fechas y ciudades

heredera del silencio, el primer grito

partió de su incestuosa pupila.

Siempre fue así y ella lo intuye

desde el calvario de Otelo y Desdémona.

Una mujer en la noche

piensa como pulverizar la mirada.