Tus ojos son el luto incandescente
que se derrama al envolver las manos
con la cera caída de los cirios,
la mirada de estrellas expectantes.

Como un barco velero y silencioso
que rodea al vaivén del aire el istmo
yacente de la península inmóvil,
con sus crespones negros desplegados
al roce de las nieves y los vientos,
así transita la oscuridad tardía.

Como si fuera llama, un fuego oscuro,
que consumiera todos los reproches,
esas pequeñas guerras cotidianas
de pan y sal, lechugas y pimientos,
incinera su mismo vientre inmóvil
en cada amanecer, en cada casa
que acoge sus sueños lujuriosos.

Mas vienen la mañana y los relojes,
con la luz traicionera del deshielo,
para usurpar la absenta de las flores.