Miro en el charco la tarde en que me entierran
y reverdece
la paz entigrecida en torno a mi cadáver,
donde no se despuebla ni una nube,
ni se escucha un solo girasol entre las almas.

Oigo volar por el sauce a los perros
que en una lágrima
entonan su liturgia mientras llueve la tierra,
y afianzan ese grito
cuando todo naufragio va lamiendo el paisaje.

Me acosa el temporal que presagia al silencio
y entristecen
ésos que me despiden,
sumergidos y ocres en su guerra,
sobre un lánguido charco en medio de la tarde.