Brilláis como el oro, residuales peces.
Metálico es vuestro torso verde
o amarillo. ¿En qué tono inaprensible
y vuestro mi pupila ahora se pierde?

Color de peces raudos bajo el agua;
(en el estanque peces de colores);
fantasmal color de peces en la lonja
allí donde mis ojos son deudores.

Te subastan, humilde calamar,
Y a ti también, sardina parabólica:
de ojo bicolor, contorno azulado
y ya sin tu velocidad diabólica.

Besugo, bruñido besugo, cara
de simple, dile con enfado a la mujer
que no te arrastre ni tu lomo clave,
asciende vengativo tu boca de beso
y muerde a la mujer donde más pueda doler.

Eres ancha, ancha raya;
cartílago rosa, raya;
aeroplano plano, raya;
masa viscosa,
pero graciosa
en la resbaladiza losa, raya.

—Pero qué feo, pero qué feísimo
es el pez que ahora veo.
—Si me insultas diré que son más feos
tu padre y tu madre, y no lo creo.

Congrio —tiemble la voz—, es
tu boca de rana y labios de risa
estuche pluridentado y temido
por el pescador.
Ya sin vida, qué
bueno eres en tu circunferencia de nido.

Una palidez de enfermo
trasuda el lenguado liso.
Bonito azul, ¿sabes que tu contorno
tan exacto y convergente
lo envidia el geómetra más preciso?

Juntos estáis, ¿por qué, rape y merluza?
Mal compagina la gris elegancia
junto a la cabezota triangular
—de caperuza—.


Sable, ¿qué enigma esbozas en el suelo?
¿Qué murmura tu ondulación pringosa?
Rígidamente quedas impávido cuando
te dejan tendido sobre la losa.

El suelo de la Rula parece una pecera hueca.
En él ojos equidistantes
oblicuados por la muerte.
En brevísimas cimas, apiñados:
cachalotes locos, arácnidos de mar,
bondadosas tolinas, congrios ávidos,
peces de Cristo, pulpos del demonio
amedrentando un sueño de tentáculos.
Ya no sois peces, oh peces. Sin vuestra
libertad ácuea sólo sois seres ahogados.
Por la baba resbaladizo el suelo.
La alcantarilla rasgada bebe que bebe
el limo residual de peces muertos.

Vientre desnudo,
sangrienta agalla,
aleta y cola
mienten la playa.