Y dejamos su tumba para siempre
En el jaral de la marina selva,
Sola con los mugidos de los vientos
Y el fragor de la mar en la ribera!

Aquel postrer adiós que no responden
Los mudos labios ni las manos yertas,
Ahogó mis sollozos... y la fosa
Lentamente colmó la extraña tierra.

Después, envueltos en nocturnas sombras,
Infló el terral las temblorosas velas,
Y al fulgor de los pálidos relámpagos
Hicimos rumbo hacia la mar inmensa.

¡Cómo responden al gemir del alma
Ecos y gritos de las olas negras
Que al viento arrojan sus penachos níveos
Y en las rompientes iracundas truenan!

¡Cuán distantes las cumbres de los montes
En los albores de la luna llena!...
¡Qué lejano el desierto pavoroso
Donde su tumba solitaria queda!

¡Compañero leal, valiente amigo!...
¿Qué dar en galardón y recompensa
De tu heroico y terrible sacrificio
A los seres amados que te esperan?
Ahora ostentará plácida noche.

En las verdes llanuras del Combeima
La veste salpicada de vampiros,
Su nimbo azul de fúlgidas estrellas.

Las brisas jugarán en los follajes
Que tu cabaña en el otero cercan...
Allí del hijo amado hablan gozosos...
Son sus pasos... Es él, que salvo llega!...

Y duermes ya en la tumba que te dimos
En el jaral de la marina selva,
Sólo con los mugidos de los vientos
Y el retumbo del mar en la ribera!