Soy un cuerpo que huye, sombra que madura
con un murmullo de hojas en tu mirada
igual al mediodía cruel y esplendoroso:
mar, ala perdida, párpados de nieve,
casto sonámbulo entre materias corrompidas,
ola sedosa en que tristemente espejeo.

Toda palabra es mía cuando estoy en la orilla
de tus ojos, mar, todo silencio es mío.

Extraño huésped que me dejas turbado,
instante en que habito sólo lentamente,
dichoso, melancólico, desierto, penetrante.

No estoy en mí, no soy mío, viento son mis ojos,
mar, ahora que se miran, ahora que tu rostro
me alza largamente despierto en el vacío,
blanco corcel yo mismo inmaterial, desnudo.

Pasos furtivos, mar, hacia tí me conducen
cuando la noche es en tí una hoja de palma
y mi cuerpo no es sino blandísima nieve,
llorosa sombra, triunfante peso de oro.

En la altitud de la noche abro una ventana.
En mis ojos el sueño es un juguete de hielo,
una flecha preciosa que no alcanzará a herirme.

(Oído visible de la estrella, registradme).
Mar, desde tu pecho abre sus venas la zozobra,
canta el fuego fugaz de solitarias perlas,
mudo rayo terrestre me quema hasta el cabello.

El aire de la noche, tus dedos ciegos, celestes;
tu profunda seda, mar, ardiendo quietamente.

(La hermoza luz ya viene en unos pies danzando).
Playa pura, final, mar, donde no somos
sino un fantasma entre las flores de la aurora.