Surge un diablo; se para a mi lado. Mi madre –desde allá– nota que hay algo extraño entre las paredes; acude; él se oculta; ella va hacia el jardín, dice algo por disimular; luego arriesga: “– Creo que aquellos están otra vez; hoy vi uno en el zapallar”.
Yo nada digo; ella vuelve a su fuego y a sus flores. Él surge de nuevo, se para a mi lado –es oscuro, hermoso, alto casi como un hombre–; me mira, me dice que me quiere, que va a ir conmigo por el campo.