Con la tarde
se alejan
hacia lugares últimos
solemnes
lentas naves anónimas
que guardan
esa misma certeza
ineludible
de los astros
inmunes
y la muerte. La desnuda fragancia
del íntimo crepúsculo, en las tardes
dolientes del jardín (nunca lo olvides),
se debe, más que nada,
a que un hombre vulgar
puso, en su día,
el necesario estiércol.