Mademoiselle Satán, rara orquídea del vicio.

¿Por qué me hiciste di, de tu cuerpo regalo?

La señal de tus dientes llevo como un silicio

y en mi carne posesa del enemigo malo.

¿Por qué probó mi lengua el sabor de tu sexo

y el vino que la noche destilan tus pezones?

¿Por qué el vello que nace de tu vientre convexo

se erizó para mí con nuevas tentaciones?

¿Por qué se ha hundido en mis labios tu lengua venenosa

y se hollaron tus ojos con lúbrico signo?

Y cuando haces vibrar tu desnudez lechosa

pienso que debes ser la hembra del maligno.

Yo la he visto desnuda Señor, sí, yo la he visto.

Tembló y quedóse el alma eternamente muda;

prefiero a ese recuerdo los tres clavos de Cristo,

a la Cruz, antes que verla en mis noches, desnuda.

Señorita Satán, tú que todo lo puedes,

tus hombros, tu cadera que reclama el incienso,

tus suaves pies, tus brazos, son otras redes,

tendidas hacia el pobre corazón indefenso.

Me diste el dulce zumo de tu boca, el turbante

martirio de tus muslos, ceñiste mi cintura

y cuando fuimos presos del espasmo extenuante

tu enorme beso fue como una quemadura.

Eres la hembra única, lo mismo en el reposo

que en el sensual combate. Santa orquídea del vicio

hasta cuando torturas con tu cuerpo oloroso,

no hay placer en el mundo que iguale a aquel suplicio.

Satán, mujer que tienes un rubí en cada pecho,

tus verdes ojos lúbricos son siempre una asechanza,

tu desnudez que viene las noches a mi lecho,

para mi ciego olvido es tu mejor venganza.