Las manos, mientras habla el hombre, no se duermen no se
mueren, no se rinden. Melodiosas, al margen, sin dejar de
echar una mano cada mano a lo que habla, roban también lo
que se dice, lo usan de otro modo, manos desasidas que saben
desdecirse y corrompen la igualdad letal de las palabras. A
ellas se acoge la reserva insobornable del humano que no cesa
nunca del todo de estar callado un poco en su elocuencia
misma, en ellas sigue entonces el hilo ininterrumpido del silen-
cio que no sabe disentir porque palpita, y si pesáramos con
ellas sobre el suelo cuando hablamos, se nos saldría el alma
por la boca en las palabras, ladridos de unas fauces de odio
alucinado, Pero , hermanas del mundo, las manos siguen al
orgullo en marcha de la lengua sin querer saber del todo, sin
salir enteramente de la sombra con las señas que empujan. Por
ellas no nos confundimos con aquello que sale de nosotros, y
por sus manos libres y pesadas puede el hombre pensar sin que
se anule el mundo.