A Emilia y José Ángel Valente.


Me siento morir a veces, o deseo la muerte.
Alguien me obliga a desvestirme lentamente de mis extremidades,
de mis brazos y piernas, de mi vientre y mi pecho. Una a una,
caen todas mis prendas personales en un gesto muy dulce.
Me siento polvo, ceniza, polen de flores, viento que levemente
aún existe, llenando el espacio con su ser poco tenso.

Pero luego me veo en el espejo, veo poderosas formas humanas
que se concentran en cuerpo, en brazo, en muslo, en pecho,
en cabeza que se alza
hermosamente sobre el hombro, en un cuello esbelto. Veo
vida que vive,
que respira, que incrédula toca
la fría carne del espejo, y la otra, tan cálida,
que duramente existe e, íntegra,
desafía, con valor y perennidad, a la muerte.