árboles en el olor de la siesta
en el fondo de la casa
en un calor
en un espejo
en un baño de porcelana
entrando higueras y hojas con los bordes quemados
hasta las canillas
y sus raíces llegaban al portón
que a las cuatro de la tarde
cuidaba ese patio celestial
cuando mis primos se apretaban contra mi
para comer mis mejillas de leche y de higo

el deseo de esas tardes cae como mi pelo a la intemperie
hace de mi vestido turquesa un incendio
una terquedad que casi nunca habla