Háblame de tus venas
y la espuma amarillenta de las lágrimas.
Háblame del torrente salobre
que los dioses desdeñan.

Escucha la marcha de la muerte
en un silencio hermoso
como la delirante soledad de una tormenta.

Háblame de la estrella rota en la lluvia
y del espejo erguido en el murmullo
de un cuerpo sin melodía.

Escucha el eco prodigando labios
y el silbo del ramaje triste
en la lejana eternidad.

Háblame de las rosas viejas
y del mármol esculpido en fatiga de ángeles,
perdidos en la forma.

Después...
Escucha la humedad de unos siglos arrodillados
repitiendo mi muerte, allá en el Sur.