ABIGARRADAS AL féretro carnal, a la sien fresca. Pasa el anciano buitre sin mirada ni ulterior consuelo. El cielo es un tasajo que las hienas desgarran. Silencio. Aquí tienes la sangre, la entumecida flor; acércate, sin horror besa el núcleo de tus invocaciones. Fauces albergan fauces dentro de fauces diminutas. Rojo es el crisol del aire en la mitad del alarido. Funde el miedo este segundo: un aura vuela en círculos. No irás lejos; tu cuerpo está minado y es casi disfrutable el hierro sucio que te agosta el movimiento. Se expande el carnaval de pus y moscardones. Zumban en ágiles racimos mientras yaces, ingenuo de malarias. Silencio. Ya delira el enjambre de los súcubos.