Nadie en las puertas.
Nadie en los largos corredores
que conducen directos
hacia las antiguas plazas y viejos campanarios:
Sólo el viento,
testigo del naufragio.
Nadie en los altozanos.
Nadie en las parideras
batidas por el sol
que llevan hasta el fondo de la sombra:
Sólo el grajo
testigo del silencio de la tarde.
Nadie en los vestíbulos.
Nadie en los mercados
repletos de amapolas
para sustituir a los difuntos:
Sólo el río
testigo de la sangre de la tierra.
Nadie nunca ya.
Nadie en ningún lado.
Sólo el viento,
el grajo,
el río,
y el camino con piedras
erizado.