No encuentro la razón de esta tristeza
que viene sigilosa a la ventana,
ni entiendo que en las tardes de domingo
se atreva sin aviso a visitarme,
pasteles bajo el brazo, acicalada
cual fuera un familiar.Es la presencia
estéril de la estatua que no mira.
Se sienta junto a mí. Ante la mesa
las tazas de café sorbe despacio,
las copas de licor que difuminan
la blanca realidad en los espejos.
La oigo musitar sin entenderla,
apenas sin saber que me acompaña
vestida de amarillo y perlas grises
cayéndole hacia el seno perfumado.
Me vierte la resina de su aliento
antiguo en la redoma de las horas
y lléname la sala de humo dulce:
aroma de capilla y de cadalso.
Después me besa fría en las mejillas
y vuelve a los cristales de la noche
colmando de vacío los fragmentos
de vida que conducen a la nada.