Un sueño: cargas cajas en un coche.
Otro más: peldaños que nos alejan y aproximan.
Un tercero: en algún lugar me abrazas
mientras dices “tranquilo, tranquilo”.
¿Cuál de los tres inicia la secuencia?
Busco interpretarlos. Nada. Nada.
Tengo treinta y nueve años, muchas dudas
y no es lo mismo ir al adiós o al encuentro.
No, no es lo mismo.
Y, como ante un tren que no sé si parte
o regresa, dispongo sólo de un cuerpo
que arrojar a las vías
e interponer a su marcha.
Tranquila, tranquila: es nada más que una metáfora,
y éstas no buscan cumplirse
a diferencia de, a veces, los sueños.
A veces, no siempre.
Y no es lo mismo.