El fósforo,
en la temblorosa
manecita sucia,
enciende la hoguera
de un cohete travieso.
Chispas...
Chispas...
Chispas...
conmueven las latas,
y agitan y avivan
la carne yacida
de un suelo de sombras.
Una madre mustia
de trabajo y miedo,
y un padre que fuma, que escupe
y blasfema.
Parece mentira que rían
los niños, la camisa rota,
las rodillas
negras.
El fósforo tiembla,
hay fuego en las almas,
y aromas traídos
en una prestada memoria
de huerto.
Un gusto a saliva
y un ansia de cosas
que colman la mesa sin hambre
del rico.
La noche es una alta escalera
que sueña.
Peldaños azules y rojos,
el aire
desborda su cauce
de espacio,
marea
la rueda que gira y delira
y se pierde.
Es como si todas
las horas de acero se hubieran
quemado.
Es como si nunca los niños
hubieran
llorado la leche, gemido el zapato.
Es como si todas las madres
del mundo
tuvieran vestido y no les dolieran
los huesos cansados.
Absurdo, sí que es
Nochebuena.
El fósforo tiembla.
Un grito de luces, un chisporroteo
de voces, pupilas
prendidas de soles y estrellas,
suspenso...!
Y un cohete rabioso
que silba su muerte,
perfora la sombra
como un dragón
ebrio.