En nuestros templos
          habita el paraíso
profundo y claro
          en la oquedad que dejan
          los besos
          y el temblor de espasmos milenarios
el fuego es apenas un roce
en la curva del tiempo
un trecho recorrido
    en algas,
tibiezas y recuerdos.

Nos habita el paraíso
  ungido de fragancias
tatuamos en la piel
arcángeles inermes
y dejamos así
    -balsa y fuego-
las próximas estrellas de quietud
    en la memoria.