Agotado por la furia,
estaba en mí cantar alegría,
traer al papel un paseo
después de los mariscos con cerveza
y el café de la Parroquia,
aspirar los olores del puerto
cuando cae el sol,
entre las risas y los gritos de los niños
en el malecón;
pero vinieron las lluvias, el norte.

Y nos fuimos a México.
Lo sucio del valle
mordió el aroma
y se perdió el deseo.