No hablo de calendarios
ni de cálculos suplicantes.
No hablo del sudor resbalando en el cuello,
ni del rasgo,
ni del monosílabo día.
Hablo del mismo que ve correr sus ojos
hacia el seno de las rameras;
hablo del codo opuesto
y de la claustrofóbica forma al contemplar.
Hablo de la ausencia,
del maldecir unánime y de las estatuas,
del territorio prohibido
y de los pies invasores.

Hablo de todo cuanto puedo:
del soslayado amor que pretenden las manos,
de la fría estrechez que soportan los dedos.

No hablo de honestidades
ni de amos
ni esclavos,
hablo tan sólo humano,
clínico,
tan vasto,
demencial entre dientes.