"La noche viene de la noche.
Todo lo ciega en sus pupilas..."

José Roberto Cea

I

Oscuro como el fuego, oscuro, oscuro:
Derramada en la noche tu hermosura,
como una larga llamarada oscura,
como un vuelo de cuervo, hostil y duro.

Sombrío, triste, anónimo, inseguro.
Tu beso, una pavesa de amargura.
Tu tacto, placentera quemadura,
río nocturno, insomne, largo, impuro.

No hay más que ángulo cruel, constante olvido,
rosa amarga, obstinada y defendida
distancia y más distancia, mar herido,

perdido entre tu espuma dividida.
Y yo, que aún no conozco otros agravios
peores que los besos de tus labios.


II

No hay otro sol, no hay otra luz fecunda.
No hay caricia, ni beso, ni mirada,
ni perfume, ni dicha saboreada,
ni plenitud de vida furibunda

como esta luz que a veces nos inunda
el alma con su herida enamorada,
y nos entrega música callada
y con oscuras luces nos circunda.

No hay misterio más alto y cotidiano
que seguir habitando este destino,
confundida en tu aliento y en tu mano;

pero a solas andando mi camino:
No aprisiona la mar ninguna ola,
y la brisa es más libre porque es sola.




III

Tierno recinto nuestro, defendido,
donde dulce abandono se apodera
de la ternura abierta, sin frontera,
y nos vuelve momento estremecido.

Eterniza al segundo y, al sonido,
vuélvelo voz, certeza a la quimera,
árbol a la semilla, primavera
perenne a nuestro invierno más temido.

Déjame ser voluble y permanente,
agua vestida de quemante fuego,
desierto de cosecha floreciente,

llanto feliz, clamor lúcido y ciego
para que pueda así sufrir sonriente
por igual con tu amor y tu despego.