Y ahora escúchame cómo derramo
hasta tres veces el vino sacerdotal,

cómo profano el infalible
lenguaje de los héroes

y asciendo hasta tu templo
con un tigre de la mano.

Tú, que tantas veces me has herido,
escúchame ahora,
porque contra ti voy,
fiera que me matas.

Hoy no extenderé sobre tu piel
mis nervios, como súplica,
hechos bosques de agua,
ni descenderé sin luces
por el costado abierto,
porque hoy traigo un desastre mortal
en cada ojo,
y una daga de tierra sobre el pecho,
para descabalgarte.

Porque hoy, como siempre,
te amo hasta la fiebre,

contempla conmigo
tu nombre sobre las tormentas,

tus rasgos de piedra
sobre la soledad total de las sentencias,

tus credenciales de sumo sacerdote
sobre el mar.

País o fiera que me matas.

Una noche más sobre tus ruinas,
mi corazón, a todo aquello que no eres,
llama.