De regreso del campo, del Amparo
—fresco follaje que tocaba el cielo—
antes, mucho antes de llegar a casa,
pasábamos, silentes, por Palermo.


Para mí, Palermo era pura luna
—mansa finca dormida en la floresta—.
Desde Los Alpes nunca fui a Palermo
mientras Palermo me llevó a la luna.


Perfectamente yo podría decir
que, niño, Pablo visitó la Luna,
que de Palermo viene su locura.



Si no, de aquellos duendes que una tarde
–me dijeron— saldrían de la huerta
sin que nunca en la huerta aparecieran.