con el emboscado silencio.
El silencio
no es cosa de esquivar en los labios,
como ríos que vienen de la cima del mundo.
Lo fácil es abandonarse
a ese instante, mortal
en el templo de la carne,
que te acaricia con sus párpados
y te crucifica con su cereal hermoso.
Lo eficaz
es acompasarte al movimiento circular,
y aferrar con las dos manos el timón
donde todos los ecos
deberán florecer definitivamente.
Lo malo es haber venido a nacer
en esta oscuridad luminosa,
apéndice de lujo
de tardes fingidas en el agua,
secreta,
según confirman los cien espejos vueltos
de la casa.