Señor rentista, señor funcionario,
señor terrateniente,
señor coronel de artillería,
el hombre es inmortal:
vosotros sois mortales.

Es curioso como la podredumbre
se adelanta a veces al cadaver.
Soportad vuestro olor, mostradlo
si queréis, poquito a poco.
Pero no habláis.

Señores, enseñad el trasero,
pero no lloréis nunca,
cierta decencia es necesaria.
en las alas blancas
y en la música de las arpas
dulcemente tocadas
por vuestras dulces manos.

Pensad en vuestros libros de lectura, en las viudas
tísicas y abandonadas que ayudaréis con una
trompeta de oro.

Pensad en vuestros billetes, en los veranos junto
al mar, en la mucama rubia, en el amante
moreno, en los pobre que besaréis en la otra
vida, en las distancias terrestres, en los cielos
de almíbar.

Pensad en todo,
vuestros días sobre la tierra no serán numerosos.