Retrocedemos por los caminos harapientos
de la sombra, galopamos por los acantilados
de la miseria, ansiamos polvo, áspero polvo,
y dichosos caemos hacia la masa informe
de los gérmenes. Ansiamos raíces, nosotros,
los aéreos. Amamos polvo, oscuro, untoso polvo,
el osario donde se tienden los nombres, lava
gris de la hojarasca redimida, hacia el sueño
retrocedemos con nuestros cabellos enredados
en muérdagos. De nada sirve que la luz
nos envuelva con su manto espectral,
volvemos hacia atrás, buscamos la caída a lo ignorado,
necesitados de lo informe, avarientos de vértigos.
Nada anuncian las flores del almendro, intactas
y rojizas después de la nevada, ni el seno
abierto de la mujer como un ave indefensa.
Añoramos cada estallido de la herrumbre,
cada cicatriz sobre el tronco del roble,
los cascos del caballo sobre el légamo
cuando dispersan el tiempo, el sueño
que es olvido, y esa madre auríspice
que gime desde sus vísceras abiertas
y nos llama a su sangre, a lo innombrable.