He mirado la verja de unas tumbas,
la fuente en que bebían los caballos,
el sosiego que guarda para sí este paseo
de escaparates mínimos, sin gente.
Esta ciudad no es ya el poder de tedio
que yo un día temí como a un murmullo.
He visto el mar con alguien,
apenas una voz que ha reído a mi lado
esos submarinismos minuciosos
del pájaro que pesca
y eso es, pienso ahora, la ciudad,
un contemplar pagano,
sin pedirme a mí nada ni yo a ella:
mi ciudad, la hoja rosa, el alto seto.