Primero.

Duelen las farolas. Un papel
volante gris escapa
la calle que me lleva al parque
regresa a mi
al ojo de mi padre
abriéndome la puerta.

Segundo.

Alrededor las formas
que vagaron
la vida más querible
cuando aún no la sabía.
Después todos los bancos
lánguidamente recostados a mi espalda
fueron tibio hospedaje del adiós.

Tercero.

Eran tus manos de azahar
dormidas sobre mí,
besé llorada la pintura
que rompió la noche
-dos mitades como dos fantasmas
aplazaron el mar-
nosotros sombra tumbada
en el instante en que te pierdo.

Cuarto.

Y así reconocimos el amor
que habíamos usado
tanto tiempo tanto tanto
ajado en los cajones a limpiar
enjabonados aposentos
soy aún el cuadro a remozar

Quinto.

Quedamos olvidados
en las tablas,
apenas un galeón
nos mira y pasa. El casco
hundido no nos ve
cubiertos de salitre
¿a quienes reclamar
nuestra verdad?