¿Sentiste el tiempo,
tanto aquel abstracto no determinado,
como el real, que te sujeta y esclaviza?
Caminó solo y libre
cuando detuviste el tic tac
que en tu mente lo marcaba...
¡Casi no te reconozco sin tu lucha
contra el tiempo!
La tristeza, ¿qué le hiciste?
Ya no la traes, ya no la llevas.
¿Dónde la dejaste, imagen?
¡Casi no te reconozco sin tristeza!
¿Y la muerte obcecada que tanto pretendiste
tampoco la traes, ya no la tienes
ni siquiera en la mirada?...
Casi no te reconozco sin tu muerte viva.
¿Y esa ansia, esa prisa, esa sed de vivir
de sentenciada,
ese sentimiento de que se te iban los días,
las tardes, las noches,
las mañanas, escapando a ese estar sin tu conciencia
eternamente condenada?
¡Dónde la dejaste, imagen,
que no te reconozco libre!

Caminé por la playa y de regreso
noté el aplomo de los pasos,
huellas reales, nada etéreas,
nada ingrávidas.
Tomé con mis manos agua de sal,
de espuma y maravilla
y mojé mi rostro,
¡tu mismo rostro, imagen!
Para confundir con ella las lágrimas
que saltaron de mis ojos
y respiré hondo,
sí, respiré hondo la brisa humedecida,
me sentí viva, me embriagué
de estar viva,
tuve la certeza de que hoy,
de que hoy en el presente absoluto,
ni sueño que vivo,
ni vivo soñando.
Conmovida entre lágrimas y risas, te pregunto, imagen,
dónde dejamos la amargura,
y la lucha contra el tiempo,
la falta de fe, la tristeza,
la inexplicable, la misteriosa,
nostálgica tristeza... y la muerte,
la deseada, implacable, pavorosa muerte.
Todo el azul es tuyo
—¿te das cuenta?—,
el del mar y el del cielo,
todos los vuelos son tuyos
porque sabes verlos y sabes amarlos.
Embriágate de azul, embriágate de vuelos
y ahora cuéntalo, grítalo, compártelo,
corre exuberante por la playa...
Sí, cuéntalo, grítalo, otórgalo...