La cólera que quiebra el bien en dudas
César Vallejo


Rugió tu corazón.
Estalló amarga tu vieja letanía
de antiguas razones genesíacas.
Y, de repente, precipitóse en oleadas de cólera
el contenido enojo de tu agravio.
Despertóse tu ansiedad, largamente adormecida,
tu temblor insólito y milenario.
Abriéronse tus entrañas dejando al descubierto
el ígneo misterio que te habitaba.
¡Qué rapto de violencia sangrante en tu regazo!
¡Qué zarpada de fiera herida, acorralada,
su increíble aullido exhalando a nuestro asombro!
Cómo hubiéramos podido apaciguarte, dime cómo...
Sí ni siquiera Dios redujo la amarga dimensión de tu respuesta.
Implacable, tu poder destructor, aniquilador,
tanto tiempo doblegado y resentido,
amedrentó al hombre —desventurado adorador de miedos—
quien, sometido a total indefensión,
clamaba tu templanza, tu continencia, tu sosiego...
Pero ya era tarde: tu abierto costado era muerte,
garras tus candentes, extendidos brazos.
Y nosotros, pura emoción donde tu holocausto se esparcía,
sólo presa ya de tu incontenible furia.
¿Quién podría redimir de nuevo tu universo,
dime, quién podría...?