Aquel año visitamos todos los cines de la ciudad.
Fue una locura.
Los miércoles hacíamos cola para ver los estrenos.
Los viernes
ocupábamos vacío en las duras butacas del Internacional; películas en blanco y negro, actores que lapidaban su amor
en Cinemascope. Recuerdo el olor a cartón que desprendía
el suelo, la lluvia de luz que inventaba tu rostro.
En la oscuridad, tú y yo nos reíamos del mundo
con bocas de futuro.
La madrugada nos alcanzaba en el café Rivera,
mientras revolvíamos películas a sorbos de café
o imitábamos con torpeza alguna escena.
Luego yo te acompañaba a tu pensión
y regresaba a la mía
con aire de galán de los 50.
Al llegar las primeras lluvias
no quiso el cine, una noche, tenernos en cuenta.
En la soledad de noches sucesivas
fuimos día del espectador
para otros.