Esta felicidad fugitiva,
esto que se me va de las manos,
esto que me devora los días
esto que se llama boca, ojos, pecho, piernas amadas,
corazón alígero, mente como la brisa del amanecer,
pretendo loca y tercamente
fijar de modo
que a tientas en la noche, si despierto,
lo encuentre vivo, intacto, invariable.
No dormir ni perderse en la neblina
podrán estas inmensas realidades,
lanzas del corazón, fuegos de humanidad
que levantaron la existencia de nuestras almas
a donde sólo hay música, sin tiempo ni medida.
Recordarás lanoche suprema
en la ciudad de la roca en pie:
faroles agónicos,
crucificados en las paredes,
bajo campanarios de muda escenografía,
nos esperaban siglos y siglos.
Nos aguardaban las piedras duras del suelo,
los recatados bancos de las plazuelas vacías,
los árboles que cobijaron a los moris y a las cristianas.
Por encima del suelo corrían oraciones y coplas
como en un imposible río de eternidad.
Derramábanse lentas existencias amantes
por los muros fuertes hacia el foso de los amores.
Estaba el cielo tan a la mano y tan desesperadamente lejos,
que nos parecía unas veces boca y, otras, alma.
Supimos entoncens, para nuestra desesperación,
que el cuerpo es algo más que una fruta;
que no basta morder;
que siempre queda lejos algo intacto.
Libres y enlazados por el destino,
subíamos y bajábamos,
sin peso, como pájaros,
rozando, sin herirnos, todo lo triste y agorero de la existencia.

Después, en un olvido presente,
sin otra luz que la embriaguez de la aridad,
vimos venir el nuevo día,
con nuevos montes, árboles, ríos,
caritas humanas, borriquillos de infinita ternura,
torres, caminos, jardines cerrados
en donde hubiéramos querido vivir eternamente.