¡Ay de quien pudiendo hablar no emprende vuelo!
No tengo barco ni avión, no tengo nada más que mi palabra.
En vez de Victoria Alada llevo un ángel de Chinautla.
Navego-o sueño que navego-entre archipiélagos
y el mar es un pasaje estrecho entre las islas de palabras.
Papeles, unos pocos libros, heridas incurables
y el miedo de vivir en este siglo son todo mi equipaje.
¿Qué tiempo fue mejor?
He visto los más hermosos lugares
pero sólo me han dejado rastros de luz en la memoria
y tengo los ojos cansados de tanto ver llorar.
Amo la paz, no como tantos que juran amarla
para seguir ordeñándola...
Amo la paz porque llevo la guerra
envuelta en un pedazo de bandera ensangrentada
y estoy quedándome vacío,
desolado.

Aunque a ratos el amor descorazona
tengo viva la esperanza de morir amando...
Amando no sé qué...Agradecido de ser hombre;
de haber hecho preguntas desde mi pobre poesía;
de la belleza y el dolor que son, a fin de cuentas,
la cara y el envés de nuestra vida.

Oh tiempo de los mitos,
oh lodo submarino,
consuelo de la carne,
abismo donde Dios abandonó
los moldes de todas sus estatuas;
los moldes, los taceles
de las primeras bestias.

Las aves vuelan sin carga,
no necesitan maletas y cómo las envidio.
Ellas pueblan la casa del viento
que nunca tuvo casa.

Soy el tránsfuga de todas partes,
el inconforme soy,
el penitente que no encontró la iglesia que buscaba
y todo lo he dejado abandonado.

Allá los montes,
los pinos que en las tardes
todavía me entristecen;
las aldeas, los caminos
y el rústico sabor de lo vivido.

En la ciudad jamás eché raíces.
Aquí es donde menos me he quedado.
Es ella la que pasa contoneándose -¡tan frívola!-
ofreciéndome sus mercancías inútiles
y exhibiendo modas que nunca terminan de vestirla.

Entre el mar-a donde nunca fui-
y el viento que corre desnudo en las montañas,
emplumado de palabras invento mi camino.
Sé que sólo me queda ver naufragios
y presentir el rumbo incierto del planeta.