en el que hablando con Dios desvive su secreto valimiento

Ábreme, dios, el juego de tus venas,
la voz de tus cartílagos contusos,
la animación floral de tus abusos,
tu cariñoso abismo de sirenas.

No ese estupor de luz en que te entrenas,
ni el salar de tus mares inconclusos,
no, porque pese a crédulos ilusos,
tienes de oscuridad las manos llenas.

Sólo tu ser en mí que hable aprensible:
o mejor esta lengua corrosiva
que se encarna en un verbo remisible.

Alto cuévano de agua fugitiva:
si bebiéndote bebo lo imposible,
no te asustes del dios que te derriba.