Te desnudas frente al espejo –ciudad cansada-
y caen como polvo
las prendas que te visten y aquellas, invisibles,
que te protegen.
Te invade de repente el olor a callejón de medianoche,
a vidrios rotos, a borrachos de aliento impertinente
que cantan la falsedad de los años.
Gritas tu cansancio bajo la ducha y van desvaneciéndose como nubes
la sangre podrida, la fe de erratas que ensucia tus páginas.
Te sientes nacida
y al secar la piel de tanto asesinato
deseas cometer de nuevo la juventud
y sus pecados.