El invierno pronuncia tu otro nombre

y comienza el deshielo.

Aventuras el miedo, tienes frío,

atraviesas los primeros abrazos,

reconoces la cuesta, los rostros y la curva,

traduces la inscripción,

resuelves el enigma de la piel

y, liberando la tela metálica de la serpiente

que oscurece la transparencia de tu infancia,

el paisaje recobra su dimensión real:

dueño de tu mirada te ciega los sentidos

y te ofrece el amargo sabor de la maleza,

desde su oscuridad sonora

crecen voces que suben hasta el valle iluminado.

Huye y mírate en el frío tabique del lago,

recuerda su perfil,

apriétate el cilicio del deseo,

enséñale la llave al vigilante,

no olvides la consigna,

vuelve a casa y lávate las manos.

Bien tú sabes que has de volver mañana.