Si la luna no puede conceder mi deseo
si el conjuro es un engaño
iré al cerro, dije.
Compré velas y flores de papel
y prometí subir todos los lunes que quedaban del verano.
Cada tarde a la hora del crepúsculo
contemplé el mar desde la altura;
rezando a solas el rosario
a veces me perdía en los misterios de mi ruego:
el mar es traidor,decía mi abuela
nos da la vida pero también la muerte.
El último lunes
hice una nueva promesa con ofrenda:
Volveré hasta el fin de mis días
si mi ruego es concedido;
traeré, como ella, cintas de tafetán
para vestir el cuerpo del doliente,
yo misma bordaré con hilos de seda las palabras
que sueño pronunciar algún día:
'Gracias por devolverme su amor. Tu sierva eterna'.
Cuando emprendí el descenso
brillaba en el cielo la luna nueva
y una estrella fugaz desapareció en el mar.