Un anciano encerrado entre 4 paredes ha corporizado a un joven apuesto, le ha colocado de pié, en la acera contigua.
Ha dado cuerda al reloj de su alma y ya está el joven en consecuencia, echado a andar por el barrio nuevo.
25 pasos y ya ha preñado a una joven de mirada celeste en la esquina subsiguiente. Esa mujer que ha dado a luz un chirlo en las nalgas del mundo. Mundo de grito mudo. Ahí nomás, al toque.
Ahora el anciano ha puesto fuera de control al joven, le ha impuesto velocidad.
Loco-se-barra-espaciadora-lo-estrella contra la vidriera de un bar y habla así herido, sobre Dios y su libro de leyes a los parroquianos, entre trizas de vidrio, su voz: el goteo cruel de un suero, brazo extendido, mirá como quedé...
Y roba, el dinero de la caja este joven.
Y huye.Y toma como rehén al pasaje de un colectivo, carrocería y corazón obrero, cuantas ruedas caminos, miradas, miradas por la ventanilla ensimismada.
Y finalmente el joven es muerto frente a la Casa Rosada, en una manifestación espontánea, llena de palomas negras, reclamos válidos, ese su hijo el sin voz, que sobre el final de esta historia ya no tenía ni para comer...

Colofón:
El anciano encerrado entre las 4 paredes es llevado a su cama, lo
acuestan. Cambian su pañal para adulto con gel, lo visten de celeste
para el sueño.
Y alguien, la de siempre, la lejana, la más mía como diría un tango,
apaga la luz del cuarto, por él.