Quietas, dormidas están,
las treinta, redondas, blancas.

Entre todas
sostienen el mundo.

Míralas, aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas, y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.

Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.

Ellas suenan otra música:
fantasías de metal
valses duros, al dictado.

Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.

Que se crean que es la carta,
la fórmula, como siempre.

Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco a blanco.

Por fin a la hazaña pura,
sin palabras, sin sentido,
ese, zeda, jota, i...