Mar sin nombre y sin orillas,
soñé con un mar inmenso,
que era infinito y arcano
como el espacio de los tiempos.

Daba máquina a sus olas,
vieja madre de la vida,
la muerte, y ellas cesaban
a la vez que renacían.

¡Cuánto hacer y morir
dentro la muerte inmortal!
Jugando a cunas y tumbas
estaba la Soledad…

De pronto un pájaro errante
cruzó la extensión marina;
“Chojé… Chojé…” repitiendo
su quejosa marcha iba.

Sepultóse en lontananza
goteando “Chojé… Chojé…”;
desperté, y sobre las olas
me eché a volar otra vez.